jueves, 25 de febrero de 2010

Imitar sonidos de animales


Esta especie de botijillo se llena de agua y se produce una imitación convincente del canto de un pájaro (hasta el punto de que los silvestristas, o criadores de pájaros de canto, no quieren que se use este instrumento donde puedan oírlo sus pájaros, ya que se alterarían y tomarían vicios en su canto). Realiza la imitación con su propio pito de agua José Antonio Arjona Montoro.

Alguien imita a continuación el canto de dos pájaros hipotéticos con un pitillo de caña comprado en un mercadillo medieval en Alcaudete (no sabemos si en la Subbética se han usado tradicionalmente artefactos así).

José Antonio Arjona imita en el siguiente vídeo a un gato, usando otro artilugio comprado en el mismo puesto en el mercadillo medieval de Alcaudete (tampoco sabemos si es un artefacto tradicional).

El diabolo

En la comarca se pronuncia "diabolo" en lugar de "diábolo", como aparece escrito en muchos sitios. He copiado de la Wikipedia algunos datos sobre él:

Este juego malabar fue inventado en China durante la dinastía Han (206 a. C.-220), aunque se afirma que ya existía en la dinastía Chang (1766-1112 a. C.), lo que supondría casi 4.000 años de historia. Bautizado como Kouen-gen, que significa "hacer silbar el tronco hueco de bambú", el diábolo llegó a Europa de manos de los misioneros jesuitas a fines del siglo XVII.

Tanto fue su éxito en Inglaterra y Francia que, a partir de 1810, se crearon clubs y competiciones entre la alta sociedad. En 1906, el francés Gustave Philippart diseñó un diábolo de metal y caucho. El "juguete" fue traído a Europa por los franceses y los expedicionarios. En Inglaterra le dieron el nombre de "DIABALLO " (el cual se convirtió en Diabolo como lo sabemos) que viene del Griego antiguo: tiro del "diámetro" y "ballo".

Su práctica disminuyó después de la Primera Guerra Mundial, pero a partir de los años 80 comenzó una "etapa dorada" con la aparición de nuevos materiales y coloridos diseños que lo han vuelto a hacer popular. A partir de esa epoca, empezaron a surgir nuevos materiales que permitian trucos nuevos e incluso diabolos de fuego y agua.

Conchi Conejo efectúa los trucos "grind" y "salto":

El lanzamiento hacia arriba o salto no consiste, como muchos creen, en alzar los palos rápidamente, sino en estirarlos hacia los lados. Para recoger el diabolo, la cuerda debe estar tensada, normalmente no se cambia de como quedó al lanzarlo (exceptuando, por supuesto, para acertar en la cuerda).

Nota: Conchi sabe lanzarlo más alto, pero es que estorbaban las ramas de nuestro kaki.

El grind consiste en que el diábolo se sube en el palo. Se hace un pequeño salto y en vez de atajarlo con la cuerda, se pone el palo izquierdo en medio con algo de inclinación (si se cae deberá cambiarse la inclinación o poner el palo de forma que forme una cruz lo más exacta posible).



En e-diabolo encontraréis más datos sobre el juego, vídeos y una serie de trucos ordenados por dificultad con instrucciones acerca de cómo realizarlos y gráficos animados.

miércoles, 24 de febrero de 2010

¿Caerá el imperio de Coca-Cola...

...si se vuelve a elaborar el exquisito refresco de membrillo Kymem´s en Carcabuey?

Esta incógnita sólo se resolverá probando de nuevo. Membrillos y tradiciones membrilleras hay en abundancia en la comarca. Enrique Triano Muñoz cuenta en su libro "Flora del Subbético cordobés" que la empresa que fabricaba el refresco quebró por problemas de índole técnica, fácilmente salvables a su juicio. Esta iniciativa tuvo lugar a finales de los años sesenta o principios de los setenta del siglo XX, si no me equivoco. Si se retomara, se potenciaría un cultivo tradicional bastante respetuoso con el medio ambiente (en el estrato herbáceo de un membrillar aparecen muchas de las plantas típicas de bosques de ribera o de lugares húmedos en general).
Flores de membrillo a punto de abrir con ranúnculos al fondo
José Antonio Arjona Montoro conserva, con el preciado néctar en su interior, una botella.
Otros envases de refrescos antiguos que posee José Antonio:

martes, 23 de febrero de 2010

El Hoyo


No debía tener muchos años cuando mi padre me llevó a ver El Hoyo. Habíamos ido a un olivar cercano que él labraba y en un descanso me lo enseñó. Quedé impresionado por el precipicio (tampoco era muy exagerado, pero yo tendría la mitad de estatura que ahora), por las vistas y por el silbido del viento, que sopla mucho por allí. Pues eso, no debía de ser muy grande, porque mi padre señaló a los dos pueblecillos que había enfrente, Zagrilla Alta y Zagrilla Baja, y me dijo que eran América del Norte y América del Sur. Yo no recuerdo si me lo creí, pero por lo menos no se lo discutí.




Bueno, El Hoyo tampoco es que sea nada del otro mundo, pero es bonito dominar esa hondonada natural desde lo alto (tenemos un instinto natural de extender la mirada y tratar de abarcar lo que vemos).

Geológicamente, estamos ante un talud que muestra estratos de margas y arcillas blancas y naranjas (las margas son calizas con arcilla). Esta estratificación se produjo como resultado de la deposición de sedimentos marinos a cierta distancia de la costa. La edad de los materiales es Cretácica o Terciaria (deben tener aproximadamente entre 120 y 50 millones de años). En las cercanías se encuentran caparazones de bastantes especies de erizos de mar y unas estructuras coraliformes que no tenemos bien identificadas. Los olivos de la llanura del Hoyo se asientan sobre fértiles margas blancas.
Caparazón de erizo de mar


Estos estratos muestran el fenómeno del "slumping": están torcidos y curvados unos respecto a otros, reflejando plegamientos en diversas direcciones, que revelan que estamos ante un sustrato blando y poco resistente a los esfuerzos compresivos y extensivos.



Arcillas
Estratos arcillosos en La Torre, Priego, tras el Hotel Río Piscina.


La vegetación del talud del Hoyo está condicionada por la sequedad del sustrato: hay muy poco suelo, casi todo son lajas de arcilla, y el viento ejerce una acción desecante. Hay una mezcla un poco rara, porque el lugar está a baja altitud (aproximadamente 600 metros sobre el nivel del mar) y hay plantas típicas de zonas bajas de la comarca, pero luego aparece también un piorno o planta espinosa con forma almohadillada, Echinospartum boissieri, que es común en las sierras altas de la comarca, a partir de los 1.000 metros o así. Supongo que la orientación al norte del talud y su exposición al cierzo hace que esta planta compita con ventaja frente a otras menos tolerantes al frío.

Abundan el esparto (Stipa tenacissima), la pinchuda aulaga (Ulex parviflorus), la jara blanca (Cistus albidus), otras cistáceas de menor porte, tomillos, el collejón (Moricandia moricandioides), típica de terrenos margo-arcillosos y de poca calidad, la cañaheja (Thapsia villosa), etc. Hay algunas plantas un poco curiosillas, como la anémona (Anemone palmata) y la coronilla de fraile (Globularia alypum). También hay algunas encinas y olivos arbustivos.


Globularia alypum

Anemone palmata

Moricandia moricandioides
Echinospartum boissieri

domingo, 21 de febrero de 2010

Juego de apedrearse unos a otros




Escena de la película de Joselito, "Saeta del Ruiseñor", rodada en Priego en 1.956


Los niños de antes solían jugar a tirarse piedras con las manos y chinas con el tiraor. Muchas veces jugaban en plena calle e incluso gente inocente que pasaba por allí recibía alguna pedrada. No eran raros los descalabramientos y los ojos morados.

A pesar de todo, este juego no era tan bárbaro como parece a primera vista. Era una pelea bastante ritualizada, no cruenta, como las que realizan muchos machos (jóvenes o no), de otras especies animales (las niñas no jugaban a esto, aunque no era infrecuente que recibieran chinazos de los niños). La única vez que yo he jugado a tirar piedras a otros niños, a finales de los años 70, los dos bandos guardábamos una prudente distancia, para ver venir con suficiente anticipación las piedras de los enemigos, escogíamos piedras no demasiado pesadas y no las lanzábamos con excesiva fuerza. No recuerdo bien si recibí algún impacto (creo recordar que uno, pero no me hizo daño) y desde luego no creo que sea posible que una piedra lanzada por mi mano haya dado alguna vez en algún ser humano. De todas formas, este juego era lo más parecido a una guerra que teníamos, con toda la alegre excitación que ésta provoca en las mentes infantiles masculinas. Ya hemos recogido en este blog la opinión de Benjamín Sanz de que el grado de felicidad en la infancia es directamente proporcional al número de cicatrices que uno tiene en el cuerpo de esa época.

La autoridad que aparece en esta escena es el pregonero del pueblo, que llevaba ese uniforme y usaba esta trompetilla para dar sus avisos.



Trompetilla conservada por Conchi Jiménez Aranda

viernes, 19 de febrero de 2010

Romance de Santa Catalina

Por las barandas del cielo

se paseaba una dama,

vestida de azul y blanco,

Catalina se llamaba.

- Levántate, Catalina,

que Jesucristo te llama.

-¿Qué quiere mi Jesucristo,

que a tanta prisa me llama?

Será pa ajustarme las cuentas

de la semana pasada,

porque las de esta semana

ya las tengo ajustadas.

Esto es parte de un antiguo romance de cordel, del siglo XIX por lo menos, en el que se fantasea sobre la vida de Santa Catalina. En el gran proyecto de catalogación del folclore hispánico, Pan-Hispanic Ballad Project, se encuentran multitud de versiones, muy cambiantes, de la letra de esta canción, de España e Iberoamérica. Buscando con el Google, aparece otra gran cantidad de versiones. En el sur de Cádiz, subsisten versiones similares a la de Priego. Otra versión andaluza más larga se encuentra aquí. En el libro, que aparece casi completo en Google Books, Literatura infantil: introducción en su problemática, su historia y su didáctica, de Antonio Moreno Verdulla, se explica, entre otras muchas cosas, la reducción que suelen sufrir los romances largos en boca de los niños, poniendo como ejemplo esta canción. En el ya conocido libro "Lolita: Cantares y juegos de las niñas", de 1.910, aparece una versión titulada Catalina, la monjita.

La música de esta canción sirvió de sintonía para la divertida y entrañable serie de televisión, Celia, realizada a principios de los años 90 del siglo pasado, sobre las ocurrencias y pequeñas aventuras de una niña madrileña de los años 30:

Hay en Madrid una niña,

hay en Madrid una niña,

niña que Celia se llama

- sí, sí-

niña que Celia se llama.

jueves, 18 de febrero de 2010

Monja por fuerza




Y un domingo por la tarde (bis)

me sacaron de paseo (bis).

Y al revolver de una esquina (bis)

había un convento abierto (bis).

Salieron todas las monjas (bis),

todas vestidas de negro (bis).

Me agarraron de la mano (bis)

y me entraron allí adentro (bis).

Me tumbaron en una mesa (bis)

como si me hubiera muerto (bis).

Me quitaron los zarcillos (bis)

y me cortaron el pelo (bis).

Yo no siento mis zarcillos (bis),

sólo mi mata de pelo (bis).


Muchachas disfrazadas de monjas

Esta versión es casi idéntica a la que recoge Enrique Alcalá Ortiz en su "Cancionero Popular de Priego" (tomo IV). Esto es un fragmento de una antigua y triste canción del folklore español e hispanoamericano, "La monjita" o "Monja por fuerza", de la que múltiples versiones, de diferentes lugares, vienen recogidas en el "Pan-hispanic Ballad Project", de la Universidad de Whasington. Muchas de estas versiones son del siglo XIX. Aquí copiamos la que aparece en el libro "Lolita: cantares y juegos de las niñas", de 1.910:

Yo me quería casar,
yo me quería casar,
con un mocito barbero,
y mis padres me querían,
monjita en un monasterio.
Una tarde de verano,
me sacaron a paseo,
y al revolver de una esquina,
había un convento abierto.
Salieron todas las monjas,
vestidas todas de negro,
con una luz en la mano,
que parecía un entierro.
Me cogieron de la mano,
y me pasaron adentro,
me sientan en una silla,
y me cortan los cabellos,
me quitaron los pendientes,
los anillos de mis dedos,
mi mantillita de raso,
mi jubón de terciopelo.
Lo que más sentía yo,
era mi mata de pelo.
Vinieron mis padres,
con mucha alegría,
me echaron el manto,
de Santa María;
vinieron las monjas,
con santo fervor,
me echaron el manto,
de la Concepción.
Si pongo zapatos,
de color de lila,
dice la abadesa,
que allí no se estila.
Si pasa mi madre,
y le digo adiós,
dice la abadesa,
que vaya con Dios.
Si bajo a la reja,
a hablar con mi amor,
la abadesa dice,
eso, no señor.
Adiós, a mis padres,
adiós, a mi amor,
adiós para siempre,
para siempre adiós.


Podéis encontrar otras muchas versiones en el Google tecleando "La monjita" o "Yo me quería casar con un mocito barbero". Una versión, por ejemplo, está en esta página de Alcózar, un pueblo de Soria.

Brujas de Cuaresma


Antes, no todo el mundo tenía almanaque. Rosario Montoro Serrano hacía, junto a sus compañeras de fábrica, brujas como ésta, que colgaban en la pared al iniciarse la Cuaresma. Como veis, su falda tiene 7 flecos, que es el número de viernes que hay desde el Miércoles de Ceniza hasta el Viernes Santo. Cada viernes arrancaban un fleco, tras lo cual permanecían una hora en silencio (se supone que es una penitencia propia de este tiempo). Así sabían cuánto faltaba para la Semana Santa. Lo que no se sabe muy bien es por qué recortaban una silueta de bruja. Esto probablemente tiene su origen en antiguas supersticiones y ritos. Probablemente, es una especie de conjuro contra las brujas, que como buenas anticristianas, desarrollan gran actividad durante la Cuaresma.
Esta bruja ha sido realizada por el hijo de Rosario, José Antonio Arjona Montoro.

Los carnavales de antes no son como los de ahora


Esta última imagen no pertenece al Carnaval. Es de mi tío Antonio cuando estuvo haciendo el servicio militar en África. Casi todos los soldados de esa época solían mandar a sus familias una foto en la que aparecían vestidos de musulmanes.

Los carnavales de ahora están muy bien: hay mucho color, esplendor, imaginación e ilusión. Pero les falta un ingrediente secreto que tenían los carnavales de los años 40-60 del pasado siglo que les daba un plus de encanto y emoción: antes estaban prohibidos.

Una de las mejores diversiones de aquellos tiempos era la de burlar a los municipales y hacerles correr detrás de uno. Hay que tener en cuenta que los municipales de antes estaban mal pagados, no seguían programas de entrenamiento físico continuado y solían tener bastante más edad y menos rigores que los mozuelos, mozuelas y chiquillos que se vestían, razones por las cuales las detenciones eran muy escasas. Además, no solía haber ingresos en prisión ni sanciones económicas por este motivo, aunque siempre circulaban entre los jóvenes sombrías historias acerca de noches pasadas en el cuartelillo sin comer. No creo que los municipales percibieran una seria amenaza para el orden social y la estabilidad del régimen político en los muchachuelos que se vestían con cuatro trapos viejos y solían dar unas vueltas por sus barrios haciendo el tonto, riendo, cantando y llamando a las casas para decir "¿A que no me conoces?".

Aunque había algunas carreras espectaculares. Mi madre cuenta que una vez se vistieron un grupo de amigas junto al hermano de una de ellas. Así, se sentían más protegidas por si los municipales se arrancaban. Pero la defensa les resultó poco útil, ya que en cuanto se oyó en el grupo la palabra "municipal", el primero que salió pitando, arremangándose y trastabillándose con las enaguas (iba vestido de mujer) fue el dicho hermano.

Ahora los municipales organizan el desfile de máscaras, regulan el tráfico, atienden a su buena marcha, etc. ¡Qué vergüenza! ¡Adónde hemos llegado!

domingo, 14 de febrero de 2010

Regalos de abuelos


Jaula para grillos regalada a Félix Serrano López por su abuelo. Como él cuenta, este regalo estuvo "perdido durante mucho tiempo y fue recuperado dentro de una orza. Como podréis imaginar, una de las principales preocupaciones de los que me rodeaban por entonces, era que no metiera en ella curianas* en lugar de grillos."

*Curianas: cucarachas.
Esta primorosa canastilla se la hizo el chache Francisco (tío del abuelo Antonio), de Los Ricardos, a mi sobrina Lucía cuando ésta tenía un año o algo así.
Rosario Piedras, de Castil de Campos, elabora estas originales botas para bebé. Dice que son difíciles y que hay pocas mujeres que sepan hacerlas.

A José Antonio Arjona Montoro le regalaron este pequeño amocafre para que jugara a cavar la tierra. Antes tenía su mango de madera. También te podían regalar una pequeña espuerta de esparto para que jugaras a coger aceitunas. Los herreros a veces hacían pequeñas sartenes, cazuelas y estrebes para las niñas.

viernes, 5 de febrero de 2010

Mi jardín secreto








Ahora que parece que el Recreo de Castilla va a ser de todos, me atrevo a confesar que ha sido mío durante muchos años. Cuando era niño descubrí, ascendiendo penosamente por un talud de tierra, que había un pequeño hueco en la valla. Descubrí un ámbito maravilloso: un huerto magníficamente cuidado, un jardín fascinante, galerías y pasadizos entre cipreses con un castillo medieval por encima, cuevas en el travertino, escaleras para subir a los altos árboles. Y sobre todo, descubrí la magia de la clandestinidad, el excitante miedo de que me pillaran allí, la sensación de que aquel lugar exclusivo y silencioso me pertenecía secretamente.

Vivía muy cerca y visité el lugar bastantes veces: en mi adolescencia, al empezar a estudiar biología (me sirvió para enriquecer de modo espectacular mi ilusionada colección de semillas y para descubrir uno de los mejores olores que existen, el de una pipa de magnolia un poco mordida, y para ver por primera vez muchas especies tropicales), varias veces con mis dos perras (quería que disfrutaran de ese espacio estupendo y vaya si lo hicieron), con más de 30 años a hacer estas fotos una siesta del verano (por eso salen algo quemadas)... La última visita la realicé con unos pocos niños del colegio Camacho Melendo a los que daba un taller de naturaleza, para que sintieran como yo la alegría de la aventura y la transgresión (perdón por mi irresponsabilidad). He de decir que ni los niños ni yo hicimos nunca ningún destrozo (bueno... los niños rompieron sin querer una maceta).
Ninguna de las veces que he ido he encontrado a nadie. Al principio, el jardín estaba muy cuidado y percibía que las visitas eran arriesgadas, pero cada vez veía que estaba más dejado y me sentía más seguro pero también más inquieto por dentro. Espero que lo rehabiliten, pero que no lo cambien apenas.
Nota: se me ocurrió hacer esta entrada tras leer "Jardines cerrados", entrada en el blog de José Antonio Gutiérrez Emotional landscapes. Como podéis apreciar, es un poema magnífico, como los demás de este autor.

jueves, 4 de febrero de 2010

Entomología en las paredes de las calles

Chrysodeixis chalcites (familia noctuidae). Esta polilla puede verse en las paredes exteriores de las casas pero penetra también de vez en cuando en ellas. Aparece en verano y otoño.

Hypena lividalis (familia noctuidae). Una de las especies más comunes en las paredes. Aparece durante todo el otoño (aunque algunos ejemplares pueden encontrarse en algunos meses de verano o invierno).

Polilla sin identificar, de la familia sesiidae. Los miembros de esta familia suelen imitar a las avispas para disuadir a los depredadores. En algunas especies, como Sesia apiformis, el disfraz está muy bien conseguido. Sólo he visto este ejemplar, a mediados de junio.

Utetheisa pulchella (arctiidae). Esta preciosa polilla aparece desde finales de agosto hasta noviembre por el pueblo. Presenta una coloración de advertencia, ya que concentra sustancias tóxicas en su interior.

Earias insulana (noctuidae). Es bastante común en las paredes (aunque en esta foto aparece sobre el parabrisas de un coche). Aparece en formas verdes, de color pajizo e incluso medio verdes y medio pajizas. La coloración en esta especie tiene claramente un papel de camuflaje.

Emmelina monodactyla (pterophoridae). Esta singular polilla repliega sus alas plumosas y adquiere esta forma, con la que es casi indetectable entre los tallos secos de hierba.

Eupithecia centaureata (familia geometridae). Ésta es una de las polillas que se ven con más facilidad en las paredes de las casas, sobre todo en primavera y otoño. Suele colocarse cabeza abajo.

Eublemma purpurina (noctuidae), pequeña polilla que he visto a principios de otoño.
Etiella zinckenella (familia pyralidae). La he visto algunas veces, en verano. La larva se alimenta de semillas de leguminosas.
Eutelia adulatrix (noctuidae), bien camuflada sobre el zócalo de una casa.
Euchromius ocellea (crambidae). Las orugas se alimentan de grano y otros alimentos almacenados.

Ethmia bipunctella (ethmiidae), es una de las especies más frecuentes. Se ve sobre todo en primavera, y también en otoño. La oruga se alimenta de viboreras, unas hierbas frecuentes en baldíos y solares abandonados.


En las paredes de las casas se pueden encontrar posados muchos insectos, lo que es una suerte para los aficionados a la zoología que somos un poco vagos y no salimos mucho al campo. Normalmente cuando paseas por las calles es que ni los ves, porque son pequeños, están quietos, a veces se camuflan y vas pensando en tus cosas. Pero yo casi siempre que paseo tengo el "radar de los bichos" activado en mi cerebro y veo bastantes. En particular, me interesan mucho las polillas. Muchas acuden por las noches a las luces de las farolas (no se conoce aún el porqué de esta conducta) y se quedan luego posadas en las paredes. También son frecuentes después de las lluvias, supongo que se ponen ahí para resguardarse del agua. Se pueden observar todo el año, aunque en la comarca en los meses más duros del invierno sólo se pueden observar muy pocas especies. En lo más caluroso del verano tampoco se ven mucho. Los meses más propicios son los de primavera y otoño, siendo tal vez la época de finales del verano y principios del otoño, con las primeras lluvias, la época en que se encuentran en mayor número y con mayor diversidad de especies. Hay polillas muy frecuentes en esta ubicación (mientras que muchas otras sólo las he observado en el campo). Un lugar muy bueno para verlas son las casas del Adarve.

Hay muchas especies de polillas, sobre todo de la familia de los noctuidos y también, en menor medida, geométridos, pirálidos, crámbidos, árctidos, etc. Debido a su pequeño tamaño y a sus colores, en general menos llamativos que los de las mariposas diurnas, no gozan de mucha popularidad entre la gente, pero como podéis ver, muestran unos diseños muy llamativos y a veces colores espectaculares, si uno se acerca a mirarlas. Aquí se llaman "palomillas" o "palomicas", y las mayores, "palomas".

martes, 2 de febrero de 2010

La Candelaria



No me gusta cuando la gente se pone nostálgica y dice que las cosas de antes eran mejores que las de ahora, y tampoco cuando se dice que el pasado fue un tiempo de penurias y de salvajes. Las comparaciones suelen ser odiosas, pero es que en el caso del Tiempo no pueden establecerse. El Pasado (y nuestro propio pasado) fue como fue y ya está. Hay que aceptarlo con naturalidad.

Dicho esto, hay que decir que las Candelarias de antes eran mucho mejores que las de ahora. Hoy los adultos preparan la leña (la mayoría consistente en palets de los almacenes), la echan a la candela, que suele ser diminuta en comparación con los gigantescos candelones que formábamos antes y no dejan que los niños se acerquen al fuego, mientras organizan una parranda o comilona y se ponen a hablar de fútbol o negocios.

Antes, los niños (principalmente los varones) nos estrujábamos los sesos durante un mes pensando en qué lugares podía haber cualquier clase de material combustible, estábamos semanas por descampados y solares buscando y arrastrando fatigosamente cantidades de leña desproporcionadas en relación a nuestro tamaño y el día de la Candelaria teníamos derecho (es que nadie se preocupaba por ello) a echar nosotros la leña a la candela. Estábamos varios días ansiosos y temerosos, guardando nuestra leña de noche en los descampados, por si venían los de otros barrios a quitárnosla. En esas veladas frías al relente, urdíamos estrategias, calculábamos qué maniobras podía estar tejiendo el enemigo y compartíamos confidencias y saberes secretos. A veces nos acercábamos cautelosamente a los montones de los otros barrios, para ver si tenían más leña que nosotros, en cuyo caso redoblábamos denodadamente nuestros esfuerzos. Parte de la leña, naturalmente, la teníamos escondida en los lugares más inverosímiles, y disfrutábamos pensando en la sorpresa que se llevarían nuestros rivales cuando comprobaran la magnitud real de nuestras provisiones. Ninguno de nosotros era ecologista, y echábamos a la candela igual latas de aceite para los coches, neumáticos que soltaban un humo espantosamente negro, cosas de plástico, con las que nos regocijábamos viendo las impredecibles formas que adquirían al derretirse, botes de spray que explotaban, etc. Mi madre me cuenta que en su época (los 40; yo viví la Candelaria en los años 70 y principios de los 80) los niños se metían en los molinos de aceite para robar los rondeles empapados de aceite, que ardían extraordinariamente bien. José Antonio Arjona, que vivió las Candelarias más intensamente que yo (era endeble y no participé en refriegas), me cuenta cómo intimidaban a los que se acercaban a amenazar su leña tirándoles piedras, aunque en plan más bien disuasivo, y chinazos con el tiraor (nombre local del tirachinas). Si las disputas debían resolverse con una pelea, el enfrentamiento se llevaba a cabo sólo entre los jefecillos, los niños más grandes y fuertes. Recuerdo también la emoción de encender la candela, el quedarme un montón de rato mirando las chispas, visitar las candelas rivales para ver cuál era mayor, inspeccionar las ascuas la mañana siguiente antes de ir a la escuela... En fin, voy a parar ya, que me estoy pareciendo al niño de "Cuéntame cómo pasó".

Recuerdo la fascinación que sentí cuando en las candelarias nuestras madres y algunas niñas formaban algunos modestos rincoros (o corros) y cantaban sus canciones y bailaban sus danzas. En algún momento las envidié, aunque también algunos niños se metían en el rincoro. Antes, se pasaban varias horas cantando y bailando alrededor de la candela, alrededor en sentido literal, porque rodeaban enteramente la candela varias decenas de niñas y mujeres.

En las Candelarias de antes también se comían roscas de pan con aceite y bacalao seco, pero siempre tras haber cumplido el ritual mágico de su bendición por parte de un sacerdote (católico). Las aceitunas no venían en bolsitas.


En fin, hoy sólo quedan pálidas cenizas del esplendor de antaño, pero aún así, como homínidos que sólo muy recientemente hemos domeñado el furor de esa criatura semiviva y extraña, que no es un gas, ni un sólido ni un líquido, nos sentimos fuertemente atraídos por cualquier hoguera. Quiero recuperar aquí un sentimiento magnífico que experimenté en la Candelaria en que yo tenía 13 años. Acababa de leer el libro de Carl Sagan "Cosmos", cuya versión televisiva marcó a toda una generación de aficionados a la ciencia a principios de los 80. En ese libro se hablaba de "todo lo que es, lo que ha sido y lo que será", desde los electrones y los átomos hasta las estrellas, los agujeros negros y las galaxias, desde el origen del Universo hasta su incierto final. Yo inicié mi andadura en la adolescencia imbuido de un sentimiento de asombro y fascinación por el fuego de aquella hoguera y las estrellas allá arriba.