jueves, 18 de febrero de 2010

Los carnavales de antes no son como los de ahora


Esta última imagen no pertenece al Carnaval. Es de mi tío Antonio cuando estuvo haciendo el servicio militar en África. Casi todos los soldados de esa época solían mandar a sus familias una foto en la que aparecían vestidos de musulmanes.

Los carnavales de ahora están muy bien: hay mucho color, esplendor, imaginación e ilusión. Pero les falta un ingrediente secreto que tenían los carnavales de los años 40-60 del pasado siglo que les daba un plus de encanto y emoción: antes estaban prohibidos.

Una de las mejores diversiones de aquellos tiempos era la de burlar a los municipales y hacerles correr detrás de uno. Hay que tener en cuenta que los municipales de antes estaban mal pagados, no seguían programas de entrenamiento físico continuado y solían tener bastante más edad y menos rigores que los mozuelos, mozuelas y chiquillos que se vestían, razones por las cuales las detenciones eran muy escasas. Además, no solía haber ingresos en prisión ni sanciones económicas por este motivo, aunque siempre circulaban entre los jóvenes sombrías historias acerca de noches pasadas en el cuartelillo sin comer. No creo que los municipales percibieran una seria amenaza para el orden social y la estabilidad del régimen político en los muchachuelos que se vestían con cuatro trapos viejos y solían dar unas vueltas por sus barrios haciendo el tonto, riendo, cantando y llamando a las casas para decir "¿A que no me conoces?".

Aunque había algunas carreras espectaculares. Mi madre cuenta que una vez se vistieron un grupo de amigas junto al hermano de una de ellas. Así, se sentían más protegidas por si los municipales se arrancaban. Pero la defensa les resultó poco útil, ya que en cuanto se oyó en el grupo la palabra "municipal", el primero que salió pitando, arremangándose y trastabillándose con las enaguas (iba vestido de mujer) fue el dicho hermano.

Ahora los municipales organizan el desfile de máscaras, regulan el tráfico, atienden a su buena marcha, etc. ¡Qué vergüenza! ¡Adónde hemos llegado!

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