sábado, 19 de diciembre de 2009

Canciones que recuerda Consuelo López Ruiz

Hoy hemos visitado a Consuelo López, nuestra vecina de enfrente. Tiene noventa y ocho años, pero se conserva muy ágil y despierta y vive sola, de modo casi independiente (su hija Consuelo Padilla vive enfrente y la visita todos los días; también su otro hijo, Lorenzo Padilla, y sus nietos la visitan con frecuencia). Es una mujer muy andarina, que hasta hace pocos años subía al Calvario sola (vivimos en la Huerta Palacio). Ella ha vivido hasta su vejez en el campo, en el cortijo de El Salado en que se encuentra el mayor pino de la provincia de Córdoba, y ha trabajado mucho. Está muy delgada, es todo huesos y fibra. Cuando llegamos, está viendo un partido de fútbol. Nosotros creíamos que a lo mejor ("a la menos", como dice ella) no se acordaría de mucho, pero en el rato que estamos no para de abrumarnos con coplas, historias antiguas y dulces de navidad. Será una protagonista asidua de próximas entradas.

Mariquilla, vete al refugio
que el piojo verde está por venir.
- Yo no le temo
al piojo verde ni al amarillo;
yo me voy con mi novio
a comer carne membrillo.

Esta canción es de la época de la Guerra Civil, en la que se gestó el mito del piojo verde, que analizaremos en otra entrada.
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¿En qué jardín te has criado
y en qué maceta de flores,
que no tienes quince años
y robas los corazones?

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Arbolito, te secaste
teniendo el agua en el pie,
en el tronco la firmeza
y en el cogollo el querer.
Anda, Manolo, Manolo,
bien te lo decía yo,
que esa niña tan bonita
te decía a ti que no.
Bien te lo decía yo
y tu madre la primera,
que ese amor no te duraba
ni una semana entera.

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Pepe del Alma, vámonos
a la ribera, donde no,
donde no tiren cañonazos,
coge la manta y vámonos.

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Ay, Manuel, Manuel,
Manuel querido,
en la raya de Francia
me voy contigo,
pero si tú te embarcas
yo me retiro.

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Agua en un vaso bebiera
aunque no tuviera sed,
si supiera que venía
de las manos de un José.

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La Virgen de la Estrella,
como es tan larga,
gasta los delantales
de vara y cuarta.

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Chinita en la mar
naide la encuentra.
Confianza en los hombres
naide la tenga.

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A la ventana me asomé
por ver si te divisaba
y lo que vi fue una rosa
que el aire la deshojaba.

Todas estas coplillas cortas solían ser el preludio de otras más largas en los rincoros, en las que dos mocitas o niñas, cogidas de la mano, pasaban por debajo de un túnel que formaban las otras, colocadas en dos filas y cogiéndose las manos por arriba.

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