sábado, 19 de diciembre de 2009

Disparates y otros chistecillos viejos

En cueros, con las manos metías en los bolsillos, a la luz de un candil apagao, un ciego leía un periódico sin letras. Por la ventana cerrá, se veían revolotear los pajarillos muertos y sumergirse en las aguas cristalinas de una fuente seca.

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Se juntan un ciego, un sordo y un calvo. El ciego dice: "En la cumbre de aquella montaña, veo dos mosquitos peleándose". El sordo dice: "Pues yo oigo hasta los puñetazos". Y el calvo dice: "Y a mí se me ponen los pelos de punta".

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Un señorico de Priego era un poco pedante. Éste es un ejemplo de los mandatos que formulaba a la servidumbre: "Elévate por los peldaños de la escalera, penetra en mi aposento y recoge el instrumento que las grandes ciencias han inventado para protegerse de los meteoros acuáticos".

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He aquí algunos chistes baratos de la gente el campo:


- Un niño en la aceituna tenía mucha hambre cerca del mediodía y le preguntó a su padre que si ya era hora de comer. Éste pegó al niño. Al día siguiente, el niño volvió a tener hambre, pero no se atrevía a preguntar de nuevo al padre, así que dijo: "Papá, ayer a esta hora me estaba usted pegando".

- - ¡Qué poco pedazo llevamos labrao! - A ver, ¿qué quiere usté, si somos dos zagales y un viejo? - ¡Cojollos, cómo comemos! - ¿Qué quiere usté, si somos tres tíos completos?



- En la recogida de la aceituna, cuando se veía o a un niño o muchacho coger aceitunas con una sola mano, se le decía que el aceite cogido con una sola mano amarga (esto se le decía para que cogiera con las dos manos).

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